Corría el año 1974 cuando el húngaro Erno Rubik inventó el cubo de Rubik, el famoso rompecabezas de seis caras, que solo los más habilidosos son capaces de resolver. Será por cuestiones de azar, por Destino o Casualidad, que cinco años más tarde de su aparición, nacía en Asturias un niño de nombre Ramón y de apellido Melendi.
No rondaba ni la adolescencia, cuando su madre ya predijo que aquel guaje tenía madera de artista. Los años han terminado por darle la razón. Diez discos de estudio, veinte años de carrera musical y cuarenta años de edad a sus espaldas, son solo algunos de los números que avalan la trayectoria musical de Melendi.
El viernes, el cantante culminó la gira Mi Cubo de Rubik en Madrid con entradas agotadas y un memorable concierto, en el que durante dos horas y a través de sus grandes éxitos repasó sus dos décadas sobre los escenarios. En torno a 15 mil personas se congregaron y abarrotaron en el Palacio de los Deportes para disfrutar de un Melendi que emocionó, cautivó y supo contagiar su buena energía a un público entregado de principio a fin.
A las nueve en punto, el cantante apareció en escena Tocado y Hundido, desatando los gritos y aplausos del respetable. Arrancaba, así, un concierto, en el que los grandes hits del asturiano se intercalarían con las producciones más recientes. De este modo, no faltaron Un Violinista en tu Tejado, Caminando por la Vida, Con la Luna Llena, Barbie de Extrarradio, El Arrepentido, Desde que Estamos Juntos o Con Solo una Sonrisa.
Si hubo tiempo para las ‘canciones de siempre’, el de Oviedo también quiso conceder minutos a algunos temas de su último álbum 10:20:40. Casi puso a bailar al público y su Carta Sin Remitente atravesó el corazón de más de un guerrero. Sin embargo, la rendición definitiva llegó de la mano de Cenizas en la Eternidad, la canción con la que el artista agradece a sus fans su lealtad y la responsable de uno de los momentos más mágicos de la velada. Como si de un cielo estrellado se tratase, el Wizink Center se iluminó con miles de linternas y globos amarillos, contribuyendo a que los ojos del asturiano brillasen aun con más intensidad.
Según avanzaba la noche, las caras del cubo de Melendi se iban completando. La Promesa, Destino o Casualidad y Tu Jardín con Enanitos sacaron a relucir su perfil más romántico; mientras su vena paternal se imponía y le obligaba a brindar Déjala que Baile a “las personas más importantes de su vida”: sus hijas. Y si hubo tiempo para las dedicatorias, también lo hubo para los homenajes. “Han anunciado que se separan, pero han sido una de las mejores bandas de rock que ha dado este país”, destacaba antes de alentar a su público a gritar a pleno pulmón: “Arriba Extremoduro, levántese la gente, que no queremos cuentos, que somos diferentes…“.
Y con el público encendido por el efecto de sus canciones -y por los centilitros de alcohol que más de uno llevaba en el cuerpo-, tocaba despedir la noche por todo lo alto. “No me puedo ir de aquí sin cantar reguetón, ahora que está tan de moda”, bromeaba minutos antes de que sus Lágrimas Desordenadas desatasen la locura final.
Entre confeti, luces y vítores, Melendi y su banda concluían una noche inolvidable en la Capital y resolvían por última vez el cubo de Rubik, que los ha llevado a recorrer los escenarios de buena parte de la geografía española. El próximo 20 de febrero, el asturiano pondrá rumbo a México para arrancar su nueva Gira 10:20:40 en Latinoamérica.
Sin fechas todavía para su regreso a los escenarios españoles, nos quedamos con el buen sabor de que nos dejó el viernes su último concierto en Madrid.
Texto y fotografía: María Sánchez.
Vídeo: Andrea Carrasco Aragón